Buenos días. Hoy es Sábado Santo. Desde hace tantos
años, la misma rutina: unas veces interrumpida por la lluvia, otras por las
obligaciones, alguna por enfermedad y nunca por desearlo.
Al principio con mis hijos pequeños de niños, luego
sólo con el chico, muy tempranito a aparcar por San Román o por ahí y a visitar
la Trinidad. Cuando ya el Sol empezó a salir en carrera oficial, primero al
Tiro de Línea, a las 9 ya estábamos allí. Luego al centro y después a ver la
Trinidad y darle la vuelta al paso de la Virgen de la Esperanza. Allí hemos
visto la primera vez que la Policía Local montó guardia después de nombrarla su
patrona. Después al Trini ó a Los Terceros o a La Giganta a desayunar.
Ya más tranquilos, a ver el Santo Entierro. Y como
cada año, al cruzar la puerta de madera de San Gregorio, un salto hacia atrás en
el tiempo, y ahora el niño de la mano de su padre soy yo, el que ve a los
soldados romanos cambiar la guardia dando con la lanza en el suelo el que los
manda, a la Canina sentada en la bola con la guadaña, al Señor muerto en la
urna; tan sólo; y al paso con la Virgen y su familia.
Y a la salida preguntarle a mi padre como todos los
años, ¿Qué son esos guantes, y los dados, y los clavos y el martillo? Aunque en
verdad el que contesta soy yo.
A la salida, tiramos para San Lorenzo. Algunos años
nos hemos reunido con mi mujer y mi otro hijo aquí y hemos ido juntos a ver La
Soledad. Allí vemos también los pasos del Dulce Nombre, con la imagen
imborrable de las lágrimas de cera de la candelería del palio. Y después a
rezarle al Señor.
Y después de visitar a las del día, vamos para la
Hermandad. Allí entramos y vemos los pasos magníficos, sobrios y elegantes como
ninguno. La Piedad, el dolor más inimaginable que se puede concebir en una
madre con un hijo muerto en sus brazos, que riega misericordia con su brazo a
quién se encomienda a su Providencia. La Soledad, que sin embargo nos transmite
una calma y una dulzura inimaginables, derramando lágrimas de vida.
Y luego en la salida, la alegría de ver a mis
padres, a mis hermanos, a mis sobrinos, a otros hermanos de la cofradía.
Y comer todos en el Rubio, alguna tapita, una copa
con mi compadre Ángel, con mi compadre José Manuel, con mi cuñao, con otros
costaleros, capataces, nazarenos, músicos.
Hasta que llega la hora de subir a casa de Mari a
vestirnos. Ayudando a mi hijo, a mi padre, a mi prima, a mi sobrina, a mi
sobrino, a mí mismo, los años que he salido de nazareno. Luego a llevar a los
niños de acólitos a la iglesia, donde ya está Ángela.
Así cada año, cada vez menos acólitos y más
nazarenos. Aunque ahora cada vez más, menos. Los niños crecen y a algunos ya no
les gusta o le gustan más otras cosas. Porque eso es lo que tiene la tradición.
Es la tradición la que nos hace salir de nazareno,
de costalero, de acólito, en una cofradía. Igual que es la tradición la que nos
hace de nuestro equipo. Luego cuando crecemos adquirimos nuestras devociones
por nuestras propias convicciones. Que no tienen por qué ser distintas de
nuestras tradiciones.
Yo les diría a los que ya no quieren, niños y no
tan niños, que es la tradición la que nos mantiene unidos, la que nos hace
compartir, la que nos da alegrías, la que nos hace sentirnos como parte de un
todo mayor que a la vez también es nuestro, la que nos continúa a través del
tiempo, la que hace después que mi razón la convierta en devoción y luego otra
vez en tradición, para que se perpetúe, la que siempre mantiene el hilo del
recuerdo en un continuo ir hacia detrás
y hacia delante, cada vez más largo y más fuerte. Si a pesar de todo eso ya no,
al menos a los que sí, respeto y apoyo.
Hace dos años esto ha cambiado un poco, ayudo a la
cofradía por fuera durante el recorrido y en la capilla. Con otras vivencias
nuevas, otras emociones y otros sentimientos.
Ya no puedo ir a ver las del día, ni al Señor, ni
hacer tantas otras cosas, pero por elegir otras obligaciones libremente, que
igualmente irán llenando el cajón y me permitirán hacer cosas nuevas.
Hasta este año, donde un virus maldito lo ha roto
todo de cuajo. Ya está todo consumado. Y, sin embargo, la tradición es la que
ya le ha dado la vida para el año que viene, la que permite que nuestra Semana
Santa siga estando presente y la que hará Santos muchos otros Sábados.
Hoy estoy sobre todo con todos los hermanos de mi
cofradía, con los que han perdido a alguien, con los que están en los
hospitales o en sus casas, que maldecirán lo más grande, ¿cómo se le puede
decir a nadie que todo ocurre según Su voluntad? Pues para mí, el truco para
seguir adelante cuando todo está perdido, cuando la desesperanza me invade,
cuando no veo luz delante, sabéis cual es:
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